Al gran pensador árabe, el profesor Ali Mohamed Al-Sharfa, reciba usted un saludo de aprecio y respeto, así como un reconocimiento especial por su sincera preocupación por la causa palestina, esa causa humana que representa la conciencia viva y el corazón de la nación.
En su artículo ha presentado una visión profunda y lúcida sobre los graves peligros que enfrenta la causa palestina, tanto en el ámbito interno —marcado por las divisiones y la ausencia de unidad— como en el ámbito externo, representado por la agresión israelí y sus políticas de asentamiento y judaización.
Usted señaló con precisión uno de los aspectos más peligrosos del pensamiento sionista: la explotación sistemática de los textos religiosos en la cultura israelí para justificar una existencia ilegítima e imponer una realidad colonial inadmisible, totalmente opuesta a los valores religiosos y humanos.
Ha puesto de relieve un gran engaño urdido cuidadosamente a partir de ciertos pasajes del “Antiguo Testamento”, interpretados y manipulados para convertirse en instrumento del proyecto colonial, en una flagrante transgresión de la esencia de los mensajes celestiales, que fueron revelados para difundir la justicia y la paz, no para consolidar la ocupación y la injusticia. ¿Cuántos muertos en Gaza, sean musulmanes o cristianos, cuántas mezquitas e iglesias destruidas? Pues ese ocupante no ve, no oye ni habla, salvo consigo mismo.
En este contexto, me propongo escribir una serie de artículos que arrojen luz sobre esta distorsión deliberada de los textos religiosos. El mismo Libro Sagrado advierte contra este uso ilegítimo de la religión y condena la injusticia y la usurpación de los derechos ajenos, como se expresa en:
“¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que convierten las tinieblas en luz y la luz en tinieblas, que hacen del amargo dulzura y de la dulzura amargura!” (Isaías 5:20)
Y también en:
“¡Ay de los que maquinan iniquidad y traman el mal en sus lechos!... Codician campos y los roban, casas y se apoderan de ellas; oprimen al hombre y a su familia, al individuo y a su heredad.” (Miqueas 2:1-2)
Estos pasajes condenan con absoluta claridad a quienes usurpan las propiedades ajenas, demostrando que su conducta no guarda relación alguna con la moral ni con la religión, sino que constituye una violación flagrante de todos los principios divinos y humanos.
Los mensajes celestiales fueron revelados para difundir la misericordia, la justicia y la libertad, no para justificar la opresión y la agresión. Cualquier intento de instrumentalizar la religión en favor de la ocupación no es más que una doble ofensa: una ofensa contra la religión y una ofensa contra la humanidad que anhela la verdad y la dignidad.
Con mis más sinceros saludos y profundo agradecimiento a Su Excelencia, permanezca usted como voz de la verdad y mente libre que ilumina el camino.
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